EL 7 DE EGIPTO
Es un quince de octubre como cualquier otro. Con un clásico platense en la mira. Hoy es un día determinante en mi carrera, voy a empezar mi nueva investigación socio-antropológica. En las pirámides del Valle de los Muertos bajo el calor egipcio, tan fuerte que me hace sudar. Me enfrento a varios desafíos con este enorme proyecto que estoy llevando a cabo. El primero es la barrera del lenguaje. Por varias razones, la primera es la más obvia de todas, soy una antropóloga muda que va a trabajar al extranjero. Me preocupa pensar que no voy a poder comunicarme de ninguna forma ya que pocas personas saben lenguaje de señas. Al contrario de lo que se piensa, el lenguaje de señas no es un idioma universal. Por lo tanto entiendo que será un grave problema.
Entrando a la pirámide, observo una estructura tipo confesionario. Escucho un ruido como si fuese un gran portazo metálico. Se cierra la puerta de manera terminante dejándome encerrada en la estructura piramidal. En plena planta baja, dirigiéndome hacia la punta de a poco. Al principio me asusté cuando vi una rata llena de pinches, no era un panorama muy bello, pero son cosas de la profesión. Traté de hacer ruido con elementos que tenía a mano, pero la desesperación era muy fuerte. No había patadas ni elementos metálicos tan fuertes que puedan hacerme notar en el medio del desierto africano. Sin palabras, literalmente, la desesperación de no poder comunicarme me estaba comiendo la cabeza. Pero estaba donde quería. En un viaje que había planeado desde siempre.
Para distenderme, decidí prender un rato la radio que llevaba en mi bolsillo. Jugaba el equipo de Troglio contra el del Cholo Simeone en una oportunidad inolvidable, ¿u olvidable?
Subiendo las escaleras viene el primer gol de Calderón y el olor a gas metano invade el lugar. Todo estaba seco, con tierra y agua podrida, telarañas por doquier y telas húmedas que generaban un ambiente con la presión muy alta. Decidí empezar mi labor de antropóloga subiendo las escaleras y siguiendo los jeroglíficos. Mi tacto está intacto, por ende entiendo perfecto lo que hablan estas paredes. En estos bajorrelieves mi mano siente lo que parecen ser trabajadores creando los cimientos de esta estructura.
Llegando para el segundo gol de Calderón y avanzando en el trayecto jerárquico percibo el jeroglífico de lo que intuyo que son, empleados (no esclavos) labrando tierra.
Tercer gol de Calderón y ya estoy harta de que Estudiantes gane todos los clásicos .
-“¿Cuántos goles más nos quieren meter? ¿Porqué carajo escucho este partido en Egipto!??! - pienso con bronca y desilusión.
Qué locura hermosa la del fútbol, pero que martirio escuchar a estos platenses ganando todos los clásicos. Ni un clásico en 10 años ganó Gimnasia. Patético. En el ínterin yo estoy analizando estos jeroglíficos que detallan el arriendamiento de trigo en esta zona poco tropical. Llena de murciélagos y ratas muertas. Parece que los únicos muertos no son los del Lobo, también son los que están acá.
Gol de Galván.
-"La puta madre, en cualquier momento me hago pincha, me pongo la camiseta de Estudiantes y hago del bilardismo mi religión. No puede ser." - razoné con rabia e ira.
Lo más irónico de todo es que encontré un bidón viejo, con lo que parecía contener cerveza y un tarro de miel en un frasco de cristal. Además de ser un producto que no discrimina por clase, la cerveza era también una bebida con muchas variantes: había cervezas dulces y saladas, más o menos densas -algunas incluso tan espesas como una crema- y con una amplia gama de sabores según las hierbas o frutos que se hubieran empleado en su elaboración. Existía la cerveza del pueblo, turbia y espesa, y cervezas de gran calidad, filtradas y aromatizadas, como esta, que era dulce y vieja. Casualmente tenía un siete inscripto en el bidón. El número de la suerte. Denotaba perfección y totalidad y era un número mágico por excelencia.
Fue el segundo gol de Diego Galván. 5 a 0. Un verdadero delirio. El Estadio Único parecía ser el teatro de mis pesadillas, el escenario en el que cuando lo pisa Estudiantes comienza mi delirio. Peor que estar encerrada en una pirámide al borde del desmayo en el Valle de los Reyes, sin poder comunicarme con nadie, completamente sola e incapacitada de hablar.
Así que decidí volcarme a la bebida, como siempre cuando pierde el Lobo. Creo que por eso tengo un problema con la bebida. No ganan ni un partido. Pero esto era una ocasión especial, era una investigación. Tenía que analizar lo que había dentro de la pirámide. Eso explicaba porqué había jeroglíficos de productores de cerveza en la pared caliza.
Me quedé un rato en ese lugar y encontré cosas increíbles. Súper analizables y con un fin monetario enorme. Un espacio particularmente rico en historia. Un recóndito repleto de sucesos increíbles.
Me emocioné completamente cuando agarré los vasos canópicos. Uno era frío, metalizado con un corazón adentro y con olor a podrido. El otro era cálido, estaba casi hirviendo, de madera llena de jeroglíficos fácilmente detectables por el tacto y un hígado dentro. Ya me había olvidado del gol de Pavone y la cerveza comenzó a hacerme efecto. Con la presión baja decidí seguir emprendiendo mi camino y llegué hasta el final. La punta de la pirámide.
A medida de que iba subiendo fui llegando a una revelación que deslumbró mi mente por completo. Cada escalera lleva a destino social y jerárquico de una persona. El famoso sistema de castas que más adelante desapareció y generó una movilidad social ascendente. Cómo descender y salir campeón. Dos extremos de un mismo plano.
-“Te comiste sieteeeeeeeeee @*#%!”- se escuchaba en la radio, el rugido de la gente de Estudiantes festejando.
-“¿Cómo puede ser que haya tan buena recepción de radio y que se esté transmitiendo un partido en La Plata acá en Egipto? Es como mi propio infierno”
Finalmente, llegué al sarcófago de Hatshepsut, a lo que venía a investigar. Esta cámara funeraria inmensa que abriría un nuevo camino en mi carrera. Ya me había olvidado de que perdimos 7 a 0. Sentí como un pinchazo en mi brazo. Hoy comienza una nueva etapa
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