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Jorge Luis Borges y un análisis sobre sus dos maneras de traducir

Existe un precepto negativo alrededor de los traductores, los términos más utilizados por parte de quienes insultan son “padres del frangollo” y de la mentira, pero sin lugar a dudas el epíteto común y/o mas frecuente radica en la tradición italiana, el famoso “traduttore traditore”, una condena social que se repite.


Cree en las buenas y dinámicas traducciones así como especulativas, factor preponderante tras ser considerado un exponente en la materia concerniente afirmando que incluso los versos y la música son traducibles, el ejemplo más latente de todos es la traducción de Pérez Bonalde, con su traducción ejemplar de El cuervo de Poe desde su perspectiva siendo venezolano, en cambio Borges lo interpreta de distintas maneras, es por eso que las dificultades de traducir son múltiples, cada palabra tiene una significación peculiar, otras connotativas y otras enteramente arbitrarias(Novalis). En prosa la significación tiene un valor determinado y en verso el sentido de una palabra no es lo que vale, sino su contexto, su connotación. La poesía intenta lograr un valor con cierto embrujo o magia, que cautive al lector. Es decir, lo que para algunos es arte para otros es palabrería o les resona de otra manera por su connotación y contexto, el ejemplo con el cual Borges ilustra su explicación es con la palabras “luna” -poética para nosotros pero de mala entraña para los puedos africanos del sur, los bosquimanos. La palabra ‘’gaucho’’ es glorificada en regiones ricas como las de nuestro país, pero tras consultarle a un judio, la expresión le resultó cómica Llevado a ejemplos de la actualidad, el concepto “gato” tiene varias acepciones en su arsenal. Puede remitir al animal doméstico, en estratos sociales más bajos está asociado a un hombre “vivo” o malandra, o en la vulgaridad también es asociada a una mujer de la noche. Nuevamente nos encontramos en una disyuntiva sobre el uso de las palabras según su connotación y contexto, uno de los tantos problemas en la traducción.


Epítetos como "gentil", "azulino", "regio", "filial", eran de eficacia poética

hace veinte años, y ahora ya no funcionan. Remitiendome a la complejidad geográfica, “súbito” es denigrante en América y decente en España. Con lo cual, Borges concluye que hay dos clases de traducciones. Una práctica

la literalidad, -de pie romántico llena de metáforas con el objetivo de una obtención de verdad poética- y la otra la perífrasis -clásica por naturaleza en la cual prevalece la obra de arte, no el artista, creen en la perfección absoluta. Es el deber del/la traductor/a saber aprovechar el repertorio de la obra literaria a mano, es decir, identificar conceptos y verter su original no

sólo a las palabras, sino a la sintaxis y a las usuales metáforas de su idioma.



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