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Nabokov vs. Borges. Una introducción a la traducción vista desde dos polos antagónicos

Por unanimidad, haciendo excepción a algunos traductores, se entiende que la traducción siempre es un fiel reflejo del texto de origen. Tan sólo unos pocos se atreven a discutirlo, lo que sí es debatible son sus métodos para lograr establecer una representación fiel del texto original. Ejemplos ilustrativos de lo mencionado previamente son la

traducción de “sentido por sentido o Vulgata en latín” de San Jerónimo -el traductor del pueblo quien interpretó la biblia- o la recomendación de Schleiermacher de la técnica de “extranjerización”, la cual consiste en una reducción etnocentrista del texto extranjero a los valores culturales del idioma de llegada, trayendo al autor de vuelta a casa; y un método de extranjerización, una presión no etnocentrista sobre esos valores para registrar la diferencia cultural y lingüística del texto extranjero, enviando al lector de viaje. Es decir, dado que las traducciones jamás serán completamente “fieles” al contenido original, existen dos formas de traducción: el de domesticar el discurso, amoldando a los valores de la cultura de llegada , haciendo que el autor vaya a casa (la cultura de llegada); o el de destrozar con el canon narrativo de la cultura de llegada, manteniendo contenidos extranjeros en el texto, haciendo que el lector viaje fuera de los límites del canon literario de su sociedad.


Fue Antoine Berman quien dispuso el principio rector de que la fidelidad al texto de partida debe ser el principio rector en la traducción. Doce fueron los cambios/tendencias deformantes que el traductólogo frances encasilla en una clasificación, .las cuales, según él, conspiran casi a pesar de la voluntad del traductor

para “provocar que la traducción se desvíe de su objetivo esencial”. Intrínsecamente, el objetivo esencial es la fidelidad absoluta al texto fuente, la cual Berman postula

como una obligación ética del traductor, por naturaleza el deber de quien ejerce la profesión se ve plasmada bajo este régimen. Conforma una idea de incorruptibilidad del texto de origen, respetando al autor y su obra, casi santificandola.Es por eso, que un debate continúa latente en textos bíblicos, ya que durante el trayecto de la historia de la traducción, se toparon con este conflicto, los métodos y sus formas de interpretar tales obras.

Se debe remitir a lo que en derecho se lo instaura con ‘incólume’, no debe sufrir ni daños ni perjuicios, debido a su carácter sagrado -en el caso de los textos religiosos. Berman analiza la cuestión citando a Michel Foucault afirmando que se debe pensar en el texto original como proyectil y tratar la lengua de traducción como blanco, es decir, los

problemas tales como el lenguaje que suena contranatural o la incomprensibilidad para

los lectores en el idioma de destino, podrían ser vistos simplemente como daños

colaterales. A raíz de esto resumiré en un par de líneas las distinciones básicas entre los dos polos opuestos en la traducción literaria.


En primer lugar se encuentra el traductor ruso Vladimir Nabokov, quien sostenia firmemente que la traducción libre era un crimen, afirmando que la traducción

literal más torpe es mil veces más útil que la paráfrasis más bonita, un elemento polémico y contrarrestante, sugiere que la “utilidad” debe estar por encima de las consideraciones estéticas en la traducción literaria. Para ilustrar este concepto, Willis Barnstone describió la traducción de Onegin de Nabokov como “no leída y difícil de leer”. Su perspectiva tan extremista rompe con el antídoto más libre propuesto por Jorge Luis Borges.


Por otro lado, Borges afirmaba que la traducción no es un traslado de un idioma a otro, sino una modificación de un texto que conserva ciertos aspectos y elimina otros: la traducción literal conserva los detalles y la perífrasis conserva el significado. En sus palabras: “El original no es fiel a la traducción.” Expresa su total desprecio por los puntos de vista tradicionales que de manera implícita (o explícita) consideran el texto original como algo sagrado. Incluso aplaude al Dr.

Mardrus, por su “infidelidad creadora y feliz’ del texto “Noches”, criticando a quienes ejercen su labor con traducciones más secas, aunque metódicamente precisas, siempre recalcando su falta de contribución a la literatura, inclinándose a lo comercial.


La perspectiva tan moderna y refrescante del traductor argentino logra establecer un antes y un después en las perspectivas tradicionales de la traducción. No cumple un rol como un instrumento que se utiliza

para lanzar el texto de origen con violencia al idioma de destino -visión de Vladimir Nabokov- , sino como un medio de intercambio, a través del cual el texto fuente y la cultura de destino pueden enriquecerse mutuamente, siendo Victoria Ocampo la representación casi postmoderna de esto ya que lidiar con este interrogante a lo largo de sus estadías en Buenos Aires y París. Sin embargo, el enriquecimiento previamente mencionado, no puede llevarse a cabo si la/el traductor/a se encuentra inhibida/o y censurada/o por las supuesta normas éticas que requieren las antiguas tradiciones de la profesión tras ser sometidas a la santidad del texto de origen. A lo que me lleva a pensar, ¿tendríamos que ejercer nuestra profesión como Nabokov o Borges? ¿Hay alguna corriente específica a seguir? cual es la propia?



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